Un gentil señor (cuento publicado en Trulalerosdealma)



“Un gentil señor”

Bajo el cálido sol del mediodía, Nico emprendió su camino de regreso a casa. Atrás iba quedando la Plaza San Martín. Llegando a la peatonal Rivera Indearte, en la puerta de la Legislatura vio al cieguito que a diario se ubicaba allí a tocar su trajinado bombo.



- ¡Hola viejo! ¿Qué tal tu día? - le preguntó.
- ¡Bien Nico! ¿Pa’ que nos vamos a quejar? - respondió, mirando sin mirar a cualquier parte, reconociendo al instante la inconfundible voz de su pequeño compañero de penurias callejeras.
- Hasta mañana, amigo… cuidate.
- Vos también, Nico… Chau. - contestó el hombre sonriendo levantando el rostro, calculando el lugar dónde el niño estaba.

Unos pasos más por la peatonal. Saludó a los artistas que pintaban sus cuadros entre vendedores ambulantes y transeúntes apurados, y se dirigió hacia la Avenida Olmos. Allí se quedó a esperar el colectivo que lo llevaría a su casa en Barrio Yofre. Mientras esperaba se distrajo mirando, perdido en sueños, una tambora en la vidriera de un negocio de instrumentos musicales. Y se imaginó tocándola, en un escenario con miles de luces y con gente bailando al compás de su ritmo.

- ¡Nico! ¡Ahí viene el bondi! - alguien le gritó y lo sacó de su sueño. Y con un gesto, le agradeció.

Antes de que llegara el colectivo a la parada, logró divisar unos carteles pegados en las paredes de la vereda de enfrente, que anunciaban la próxima actuación de Trulala en Palm Beach. Mientras subía los escalones pensó “Tengo que ir”.

Era quince de diciembre y hacía exactamente dos semanas que había cumplido doce años. A pesar de su corta edad, había vivido muchas cosas. La mayor parte de ellas fueron malas, tristes. Su padre los dejó cuando él tenía seis años y él menor de sus hermanos recién había nacido. Era muy niño, pero aun así entendía que era lo mejor para ellos y para su sufrida madre.

En su día a día todo era sacrificio y dolor. Nada era fácil. Y lo demostraba la expresión de su rostro que, aunque era amable y cordial con todos los que compartían con él las jornadas callejeras, jamás se le dibujaba una sonrisa. Pero había un momento en el que él era feliz y sonreía, y era cuando, de alguna manera, podía escuchar a su Trulala querido.

Nunca había podido ir a verlos tocar en vivo. Además de su edad, estaba el problema del dinero. Todo lo que recaudaba iba a parar a su casa. Lo mucho o lo poco que pudiera conseguir terminaba juntándose con lo que ganaba su madre y así, juntos, podían mantener a la familia.

Aquel mediodía, al llegar a casa, le hizo una propuesta a su madre.

- Mamá, ¿Si yo trabajo el doble, puedo quedarme lo que sobre?
- Hijo, no quiero que sigas saliendo a trabajar, tendrías que estar en casa, jugando, estudiando… - le dijo su madre, con un gesto de tristeza.
- Pero mamá, necesitamos la plata, tengo que salir.

La madre abrazó a su hijo, fuertemente, y le dijo:
- Por supuesto, mi amor, es tu plata, hacé con ella lo que quieras, pero tenés que prometerme algo.
- ¿Qué ma?
- Después de esto no vas a volver a salir a trabajar.
- Está bien, te lo prometo.
- Ahora, contame bebé ¿para qué necesitas la plata? - le preguntó amablemente y llena de curiosidad, ya que jamás Nicolás le había pedido algo parecido.
- Estem… quiero ir a ver a Trulala, este sábado - le dijo con vergüenza, intuyendo que su madre se iba a enojar, pero sabiendo que a ella tenía que siempre decirle toda la verdad.
- ¡Por supuesto, hijo! - le respondió, sabiendo cuanto importaba para él, esa música que tanto escuchaba.

A partir de ese día y los cuatro días siguientes que lo separaban de la fecha del baile, Nico trabajó mañana y tarde, aprovechando que las clases habían terminado hacía una semana.
Llegando al viernes, Nico se dio cuenta de que había juntado lo suficiente para ir al baile, para el transporte y todavía le quedaba más plata para darle a su madre, más de lo habitual.

Estaba feliz y como todos los días saludaba a sus amigos, el cieguito del bombo, los pintores, el vendedor de la parada… pero por primera vez, llevaba una enorme y hermosa sonrisa en el rostro. Y a todos les contaba:

- ¡Mañana voy a Trula! - a lo que sus colegas le respondían con una sonrisa cómplice.

Era viernes, ya estaba oscureciendo, eran cerca de las ocho de la noche y Nicolás decidió volver a casa. No quería demorarse. Había planeado comprar un poco de helado para su mamá y sus hermanos.
Se bajó del “C2″ pasando la calle Alsina y tenía que regresar una cuadra y media por la Avenida Bulnes hasta la heladería.

En el trayecto, mientras hacía planes para el día siguiente, sintió que uno chicos, no mucho más grandes que él, le chistaban y lo llamaban.

- ¡Eh! ¡Amigo! ¿A dónde vas? - le preguntó uno, el más grande de los cuatro pibes.
- Al Grido de la esquina - les respondió, inocente y un tanto asustado, ya que no reconocía la cara de ninguno de ellos. Él se jactaba de conocer a todos los chicos del barrio y estos cuatro, evidentemente, no eran de allí.
- ¡Ahá! ¿Te vas a tomar un helado? ¡Tenés plata, entonces! - dijo con un tono amenzador uno de los jóvenes.

Nico titubeó, no supo que decir, ni que hacer. La avenida extrañamente en esa cuadra, estaba con poca luz y no había mucha gente, a pesar de la hora. Dio un paso atrás, intuyendo ya las intenciones de aquellos chicos. Pero nada pudo hacer, pues un quinto pibe se apareció de atrás y lo tomó de los brazos, mientras el mayor de todos se le abalanzó y metió sus manos en los bolsillos del pantalón y en la riñonera que llevaba.

Le sacaron todo… toda la plata, unas figuritas de Dragon Ball que le había regalado el quiosquero de la Avenida Olmos y hasta la llave del candado del portoncito de la entrada a su casa. Incluso, uno de los niños delincuentes, el más gordito de los cinco, le arrancó de la cintura la riñonera que le había regalado su abuela un tiempo atrás.

Se levantó como pudo, forcejeando con el gordito y corrió por la avenida hasta la altura de la heladería, allí se detuvo y viendo que sus asaltantes se alejaban en la otra dirección, se sentó en el cordón de la vereda y con la cabeza gacha, apoyada en sus brazos sobre sus rodillas y pensando en todo lo que, en un segundo, había perdido… se puso a llorar.

Por la Avenida Bulnes, venían en su Gol dorado. Iban hacia Arroyito. El colectivo de la banda y los otros autos venían detrás. Ellos se habían adelantado porque querían ir a visitar a una familia amiga de aquella ciudad.

- Che, Perico, ¿y si compramos un “fernecito”?, seguro el Cristian se va a poner contento si le caemos con uno. - le preguntó Pablo a Mauro quien iba de acompañante.
- Dale… Pará allá, - le dice, señalando la siguiente esquina - …a la vuelta del Grido ese, hay un almacén - le indicó.
- ¡Ahá, picarón! ¡Como conocemos la zona! - le dijo en tono burlón.
- Callate, bolu… - le contestó Mauro, mientras se bajaba del auto - Esperame acá, ya vengo - le dijo.
- ¿Ves?… encima vas solo… ¡atorrante! - le dijo gritándole por la ventanilla, mientras se reía.

Cuando Mauro cruzó la avenida, Pablo se acomodó en su asiento y de reojo vió hacia su derecha, a través de la ventanilla, a un niño sentado en el cordón y a pesar de la oscuridad notó que el niño estaba llorando.
Se bajó del auto y se acercó al niño. Se puso en cuclillas y le preguntó:

- Hola, amiguito… ¿Qué te pasó?
- Nada, señor… ¡déjeme tranquilo! - Sin levantar la cabeza, Nico le contestó.
- ¿Cómo que nada? No por nada uno se sienta en la vereda a llorar. - le dijo a la vez que se sentaba en el piso, al lado del niño.
- A usted no le interesa… puede dej… - le contestó e inmediatamente se largó a llorar.
- Mirá… emmm… ¿Cómo te llamás?
- Nico
- Mirá Nico… si vos me decís que te pasó, capaz te puedo ayudar - le dijo poniéndole una mano en el hombro.
- Ya no me puede ayudar señor… ya es tarde… se llevaron todo - le contestó y después no se pudo aguantar y le contó lo sucedido, entre sollozos.
- ¡Que “mocazo” Nico!… - le dijo, mientras acariciaba su cabeza. - ¿Y qué tenías pensado hacer con esa plata?
- Lo de siempre… ayudar a mi mamá y lo que me sobraba, lo iba a usar mañana para ir a ver a Trulala… además iba a comprar un kilo de helado para llevarles… - le contó.
- Ahá… mirá vos. Che, Nico… ¿Y te gusta mucho Trulala?
- Sí - le contestó sin levantar nunca la cabeza, sin poder saber quién era el misterioso “Señor” con el que conversaba.
- Esperame acá - le dijo Pablo al niño y se cruzó la avenida.

Cuando volvió, lo hizo con una bolsa de la heladería y dentro un tachito de un kilo de helado.

- Espero que les gusten los sabores. - le dijo mientras le entregaba la bolsita y agrego - Mañana, a la noche, te espero acá. - y le entregó una tarjetita con la dirección de Palm Beach.

Nico tomó la tarjeta y no la miró. En eso, volvió Mauro y se subieron al auto… y desde dentro Pablo le dijo:

- No faltés Nico… te esperamos - y arrancaron rápidamente por la avenida.

Con la bolsa de la heladería en una mano y en la otra la tarjeta, Nico emprendió su regreso a casa. Cuando llegó le contó todo a su madre, mientras sus hermanos tomaban el helado. Su madre lo abrazó y agradeció a Dios que no le hubiera pasado nada y le preguntó:

- ¿Y cómo era el señor?
- No sé - le contestó - estaba muy oscuro.

Al otro día… Nico con su tarjeta en la mano, partió rumbo a la zona del Abasto, dónde se encontraba el boliche Palm Beach. Cuando llegó a la puerta del local, se acercó a un hombre que parecía estar cuidando la entrada y le entregó la tarjeta diciendo:

- El señor que me dio esta tarjeta me dijo que lo buscara acá.
- ¿A ver?… esperame un cachito… - dijo el guardia mientras atravesaba la puerta.

Nico se quedó en la vereda, viendo como la cola para sacar las entradas se iba poblando de trulaleros. Trulaleros como él. Y se puso a pensar en todo lo que había pasado y sospechaba que su sueño de entrar al baile, que se esfumó en el preciso momento en que aquellos jóvenes delincuentes le arrebataron todo, quizás se hacía realidad. No por nada aquel señor tan gentil, lo había citado allí, a esa hora. Lo que no se imaginaba… lo que nunca se le hubiera cruzado por su mente, es quien era aquel “señor” que se había sentado a su lado en la vereda, la noche aquella.

Luego de unos minutos de esperar, la sorpresa fue infinita. La felicidad y la emoción que sintió Nico, fue indescriptible. De la puerta se asomó Pablo Ravassollo.

- ¡Nico! ¡Nico! - gritó desde dentro, tratando que desde la cola de la boletería no lo vieran - ¡Vení! ¡Rápido! ¡Pasá!

Entró al vestuario dónde los muchachos de la banda se preparaban para un nuevo show. Todos lo saludaban y lo llamaban por su nombre. Pablo ya les había contado la historia y todos se habían convertido en cómplices de la sorpresa. Mauricio se le acercó en un momento y le regalo un montón de cosas. Una remera, unos cedés, un par de baquetas. Nico no daba más de felicidad. Pero, a pesar de toda aquella dicha, no podía dejar de pensar en su mamá y sus hermanos que se habían quedado en casa.
Justo cuando pensaba en cuanto le hubiera gustado que su familia estuviera con él, por la puerta del camarín entra Mauro acompañado de la familia de Nico.

- ¡Mamá! - gritó mientras corría a abrazarla - P-p-pero ¿cómo? - le preguntó a Pablo
- Es que este pícaro de Perico conoce muy bien el barrio Yofre - le contestó, a lo que inmediatamente todos respondieron con risas y carcajadas.

Fue la noche más feliz de su vida. Junto a su madre y sus hermanos vieron todo el show desde el costado del escenario. Conocieron mucha gente. En fin… pasaron las más maravillosas horas de sus vidas, en mucho tiempo.

Febrero, 2014, Cementerio San Jerónimo, Córdoba:

El pequeño ramo se perdió entre la enorme cantidad de flores que rodeaban el nombre de su amigo. Se quedó parado un rato… en silencio, acomodando bajo sus brazos unos libros de la universidad. Recordando aquella noche, hacía más de ocho años, en la oscura avenida, pudo sentir el calor de la mano de aquél gentil señor, en su hombro.
Miró al cielo, se secó los ojos con la manga de la camisa y con la voz emocionada, pero firme como siempre, dijo:

- Gracias por todo, Pablo.

FIN



El cuento que acaban de leer lo escribí hace un par de años, para www.Trulalerosdealma.com.ar (mi “segundo hogar”). Fue una historia que no construí solo, son las historias que constantemente me llegan, de miles de trulaleros que llevan a Pablito bien grabado en sus corazones, las que me inspiraron siempre.
En este blog vamos a recordar viejas historias ficticias y fantásticas de Pablo y de Trulala, que durante tantos años fui escribiendo en TDA. Y veremos si surgen nuevas.

Bueno… gracias a todos por bancarme y acompañarme, nuevamente.
Y a nuestro ídolo, nuestro hermano Pablito… gracias eternamente por haber pisado esta tierra, para traernos tu música y tu alegría. No vamos a estar tristes… pues sabemos que tu lugar no es acá. Viniste un rato porque sos tan humilde y grandioso que no te aguantaste y te mandaste a bailotear con nosotros.

Y como te dijo “Nico”… ¡¡Gracias por todo, Pablo!!

Na’ más!

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